domingo

Shelley: un poeta tiene parte en lo eterno

Los poetas, de acuerdo con las circunstancias de edad y nación en que han aparecido, se llamaron, en las primeras edades del mundo, legisladores o profetas. Un poeta comprende y une esencialmente esos dos caracteres, porque no sólo contempla intensamente el presente tal como es, y descubre aquellas leyes en concordancia con las cuales deben ordenarse las cosas presentes, sino que contempla en el presente lo futuro, y sus pensamientos son el germen de la flor y del fruto de los últimos tiempos. Un poeta tiene parte en lo eterno, en lo infinito, en lo único; en cuanto se refiere a sus concepciones, tiempo, lugar y número no existen.


Percy B. Shelley

Aldo Pellegrini: la poesía y los imbéciles


La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.

Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.

La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tienen el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.

La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.

a propósito de ciertos poemas no escritos todavía


La poesía que haremos mañana nos abrirá nuevas puertas, no todas las posibles: llegará seguramente un momento en que haremos poesía cansada, vacía de promesa, aquellos apuntes que señalan el fin de la aventura. Pero si la aventura tiene un principio y un fin, quiere decir que los poemas compuestos en ella forman bloque y constituyen el temido poemario. No es fácil advertir cuándo termina una ventura semejante, dado que los poemas cansados, o poemas-conclusión, son quizá los más bellos del conjunto, y el tedio que acompaña su composición no es muy distinto de aquel que abre un nuevo horizonte.

Cesare Pavese

Carta a un viejo poeta


Buenos Aires, 3 de agosto del 2011.

Estimado Rainar M. Rilke:

A usted, que es poeta, y de los muy buenos, no le asombrarán los pormenores de esta carta, me refiero a que haya sido redactada pasado un siglo de la emisión de la suya, a que sea yo un desconocido que le responde en español, y a que usted haya muerto hace más de ochenta años en la ciudad suiza de Montreux.

Desde luego que le agradezco sus aciertos, sobre todo aquello de que un poeta debe adentrarse en sí mismo y no necesitar que le den consejos. Sin embargo, vea como somos que, inmediatamente después de dar ese buen consejo de no seguir consejos, lo cual resulta ya un tanto contradictorio, caemos en el colmo de no poder evitar el seguir con tantos otros consejos, sobre todo con aquellos que demuestran lo conveniente que hubiera sido ser fieles a la convicción de no dar ninguno. Esta carta que le escribo trata sobre uno de esos consejos que quizá hubiera sido mejor no haber dado. En su carta, fechada desde París el 17 de febrero de 1903, usted aconseja al poeta que se aparte de los temas comunes, los universales, que les huya, que escriba sobre los motivos cotidianos del diario devenir. Esta tarde, después de un tiempo, volví a leer su carta teniendo yo tres años más que usted cuando escribió aquello, seis libros menos, ninguno publicado, y más de diez años de desobediencia apasionada de su consejo. Su consejo, sin duda útil para muchos, muy honesto para todos, siempre me ha planteado la siguiente pregunta: ¿existe alguna diferencia sustancial entre los cotidianos temas de nuestro diario devenir de individuos y aquellos que son los universales de la humanidad? ¿Es posible, escribamos sobre lo que escribamos, no hablar de aquellos temas comunes? Aunque ya no puede responderme formalmente, usted sabe que no hace falta una respuesta.

Una de las causas por las que usted desaconseja escribir sobre los temas comunes, aquellos que se encuentran con facilidad, muy bien tratados en todas las tradiciones, es el hecho de que son los más difíciles. Estoy de acuerdo en que pueden ser los más difíciles, pero no en aconsejar a un joven poeta que, por ese motivo, le conviene apartarse de ellos. El consejo de evitar lo difícil yo lo apruebo, en poesía, cuando se trata de ir más lejos: evitar lo difícil para empeñarse en lo imposible. A la hora de tratar los temas que, inevitablemente, le corresponden, todo poeta tiene desafíos más grandes que el de su propia inmadurez.

En la suerte de todo poeta hay siempre un desafío que, después de haberlo padecido, lo considero ubicado en una frontera difusa entre lo difícil y lo imposible: tener que hablar de lo que se habló siempre como si fuera algo de lo que se habla por primera vez. Este abrazo que se da la eternidad con el instante, lo extraordinario con lo ordinario, lo universal con lo particular, es, a la vez, el que se dan los temas comunes, los tan universales y tratados, con los asuntos cotidianos de nuestro diario devenir. Usted, Rilke, que como buen maestro que es ha escrito poemas muy superiores a sus consejos, ha sido uno de los que estuvo en este trance, y le hizo frente al desafío con gran valor y empeño, con amor y sacrificio, lo cual le ha valido su tan merecido reconocimiento.

Esto es, con respecto al consejo en cuestión, lo que quería responderle. Con respecto a otras de sus recomendaciones, hay algunas que no admiten réplica, tal vez porque no son consejos sino máximas, hechos, reformulaciones prosaicas de la poesía misma y de sus mejores poemas, como aquello de que uno no está destinado a escribir versos si concibe la posibilidad de poder vivir sin hacerlos. Suyo, con afecto y respeto:

Alejandro Marzioni.

niebla nítida


Lo que me pasa con respecto al poemario que estoy escribiendo está muy bien, es como debe ser: no tengo ni idea de cómo voy a hacerlo, sin embargo, sé que voy a hacerlo, vivo como el autor de esa obra que todavía no realicé, la llamo, no hago más que llamarla, la estoy llamando todo el tiempo. Es como si abriera la boca para hablar un idioma que todavía no existe pero tiene que existir, va a existir porque de lo contrario no podría seguir viviendo, basta con que surja la primera palabra para que la primera frase esté hecha, el primer verso, ese primer poema que será un pasamanos del segundo. Tiene que ser así, no hay una manera más conveniente. Yo no sé cómo hacen para realizar su arte las personas que saben cómo hacer lo que van a hacer, no los comprendo.

Algunas palabras de Hermann Hesse sobre la poesía


El oficio de poeta es sagrado y lleno de renuncias, y no permite desviarse de lo trágico a lo social.

(…)


La poesía crea un espacio mágico donde lo inconciliable puede conciliarse y lo imposible se hace real. Y a este espacio imaginario o suprarreal corresponde un tiempo de las mismas características, el tiempo de la poesía, del mito, del cuento, que contradice al tiempo histórico y datable y es común a las leyendas y cuentos de todos los pueblos y poetas. Aunque la auténtica magia se haya convertido en fenómeno raro, aún sigue viva en el arte.

(…)

El respeto a la poesía, y un cierto respeto también al poeta, es ingrediente necesario para un vivir humano, aunque hoy pocos lo saben y practican. Pero el reino del espíritu y lo bello es un todo, y que el poeta exprese un pensamiento realmente nuevo es casi imposible: toma del tesoro de milenios, y no sólo cuando lo hace a sabiendas e intencionadamente, sino también cuando no lo sabe.

(…)

El que carece de sensibilidad para el verso tampoco percibirá, al leer buena prosa, los valores más exquisitos y el encanto y belleza del lenguaje.

(…)

Leer un poema es de todos los goces literarios el supremo y más exquisito. Sólo la lírica pura es capaz, a veces, de esa perfección, sólo ella alcanza esa forma ideal, penetrada totalmente de vida y sentimiento, que es el secreto de la música.

(…)

El poeta no debe amar al público, sino a la humanidad, que en su mayoría no lee sus obras y, sin embargo, las necesita.

cada momento de la vida


En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo sería un poco mágico. Thor no era dios del trueno; era el trueno y el dios.

Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es.

Borges, prólogo a El oro de los tigres.

verso medido y verso libre


ANTIMANIFIESTO

Los manifiestos suelen coincidir en la siguiente característica: imponer un estilo o una manera de concebir la literatura que se opone a otros estilos o a otras maneras de concebir la literatura.

Lo que haré aquí será un manifiesto que manifiesta su hartazgo ante todos los manifestadores que cumplen esa característica: manifiesto que cada poeta debe escribir su poesía en el estilo que le sea más feliz, y que no es plausible la actitud de juzgar un estilo en desmedro de otros.

Esta postura toma como base el convencimiento de que no son los estilos poéticos los que son mejores o peores: mejores o peores han de ser los poetas que los utilizan.

A los más leídos les puede parecer que esto es demasiado obvio y evidente. Más evidente es el hecho de que la poesía y sus lectores no han resuelto del todo este asunto y, en todo caso, me atengo a esta máxima nitzscheana: es triste decirlo, pero no hay nada que se tenga que demostrar con mayor energía y tenacidad que la evidencia.

Hablando de poesía, es evidente que hay dos estilos que se han encontrado muchas veces: el verso clásico o medido y el verso libre.

Pocas veces el encuentro ha sido un feliz encuentro entre dos hermanos.

Yo creo que hay, históricamente, un campo de batalla entre el verso libre y el verso medido. Y creo que de ese campo de batalla sale perdiendo la poesía.

Quisiera partir de dos premisas:

1) Hay poesía extraordinaria escrita en verso libre, poesía que debería escribirse ya mismo.

2) Hay poesía extraordinaria escrita en verso medido, poesía que debería escribirse ya mismo.

El hecho de que ambas puedan entrar en discordia no es más que una penosa imposibilidad de superar debates y disputas del pasado, conflictos propios de la evolución de un género, conflictos que deberían terminar de una buena vez sin que resulte menospreciado ningún estilo.

Considero pertinente exponer un muy ligero panorama histórico del asunto. Desde un principio, desde el amanecer de la poesía clásica, el verso medido ha sido (e incluyo aquí el verso blanco) una norma impuesta, una especie de chaleco de fuerza que no admitía divergencias. Aquello, por culpa de la ortodoxia española, anquilosó hasta tal punto a la poesía hispana que en el siglo XIX ya no había quién aguantase la rigidez del verso español. Fue necesario el Modernismo latinoamericano para poner un poco de aceite en tan oxidados engranajes, pero esta escuela también sufrió su anquilosamiento. Gracias al verso libre, poco a poco la creación poética adquirió por fin una libertad plena, pero para lograrlo tuvo que enfrentarse con sus antecedentes y con el canon, tenía que suceder.

Ahora bien: la poesía medida y rimada tuvo su período de crisis, pero el verso libre lo está teniendo ahora.

Hoy en día, a causa de esta “libertad”, término tan falaz, lo que está produciendo el verso libre es una poesía de libertinaje, una amorfa orgía de palabras que sólo hacen que cualquier ocioso experimentador se sienta “libre” de considerarse poeta cuando no lo es.

Está bien el término “libre” en tanto lleva fijado su origen: la liberación de la normativa ortodoxa. Sin embargo, nunca el arte es libre, siempre es esclavo de sí mismo, de su propia materia, de la exigencia de ser buen arte. Esto significa que la poesía, rimada o no, respetuosa o no de la normativa ortodoxa, debe estar sujeta a la ley de ser buena poesía, de poseer un ritmo, una musicalidad, un decoro semántico, una calidad verbal, una suma de cualidades que hacen que un poema no sea lo mismo que una cantidad de palabras desperdigadas por cualquier ocioso que no tiene nada mejor que hacer.

El rigor de la poesía clásica ha causado como consecuencia que se escriban insípidas exhibiciones de maestría que nos garantizan leer a un autor que sabe lo que es un soneto pero que no sabe ser un artista: formulismos y recuentos de sílabas impecables a los que sólo les falta ser poemas y dejar de ser meros alardes de tecnicismos.

Del mismo modo, el verso libre ha tenido como consecuencia el hecho de ser un pasaporte falso, una licencia comprada de poeta, la epidémica escritura de millones de banalidades y palabras tontas y patéticas. Por culpa del verso libre hoy en día se están talando todos los árboles del bosque para que la periferia semiilustrada del barrio publique sus colecciones de sopas de palabras y de silogismos líricos. Además, algunos ya estamos cansados de que escriban como quién está por hacer la revolución aquellos que repiten, ya trillados, los vanguardismos de sus abuelos.

He escrito un párrafo en el que se manifiestan fealdades propias del verso medido y luego otro párrafo en el que se manifiestan fealdades del verso libre. Recuerdo que estas fealdades no son, en verdad, fealdades del género. Son las fealdades de los poetas que incurren en estos géneros sin hacer un uso logrado de ellos.

Lo que manifiesto es que la poesía debe hacerse ya sea ajustándose con naturalidad y destreza a las normativas de la métrica y la rima o ya sea en un verso libre trabajoso y digno. Es hora de hacer buena poesía, sea en verso libre o en verso medido, es hora de superar las viejas rencillas entre las dos modalidades.

Muchas veces se consideran los defectos de un poeta como defectos propios no de ese poeta sino del estilo que ese poeta utiliza. Ejemplo: cuando un poeta escribe un soneto con el defecto de que no logra hacer que la normativa sea un medio subordinado al fin de la belleza poética y, por el contrario, subordina la belleza poética a la normativa, entonces se considera que el estilo es poco feliz, cuando evidentemente ha sido poco feliz la manera en la que el estilo fue usado por el poeta.

En este caso es común que los portavoces del versolibrismo digan que en la poesía rimada los límites del género impiden que el poema diga alguna cosa necesaria, o que haga que el poema no diga lo que quiere decir sino lo que puede debido a las limitadas posibilidades de la rima. Es decir que en lugar de criticar directamente al poeta se aprovecha para criticar, injustificadamente, el estilo al que este mal poeta se ha adherido.

Iguales ejemplos se pueden encontrar si buscamos las monorrítmicas críticas que la gente ortodoxa derrama contra escritores del verso libre. Una de estas es la de la facilidad: se dice que el verso libre es más fácil, que es prosa troceada. Falso: lo que es fácil es escribir pésimo verso libre, así como puede ser fácil, luego de un poco de ejercicio, escribir un perfecto soneto endecasílabo que no diga nada, que sea un mero recuento de sílabas careciente de toda emoción poética.

Más irrisorios, todavía, los que defienden el verso libre en pos de una curiosa libertad que, al parecer, se contrapone al autoritario verso clásico: como si las reglas de la poesía medida no fueran un digno medio de alcanzar la belleza poética a través de la musicalidad y la armonía y, con pésima noción política, las confundiesen con las leyes policiales de los Estados nacionales quienes, a decir verdad, aborrecen en sí a la poesía o se desentienden de ella indiferentemente de los estilos que posea.

Igualmente irrisorio es que haya defensores del verso libre como modelo insurgente y provocativo en una época en la que prácticamente no se escribe otra cosa que verso libre, sobre todo del malo.

Todo nos lleva a concluir lo siguiente: los estilos poéticos del verso medido y del verso libre son dos estilos dignos que nos han dado preciosas composiciones, que sus fealdades no son intrínsecas a ellos sino a los poetas que los utilizan, que es preciso utilizarlos bien a ambos porque ambos ofrecen posibilidades extraordinarias.

Son dos formas de hacer buena poesía y las dos deben utilizarse sin que una se considere por encima de la otra.

El verso libre y el verso medido tienen algo en común: son igualmente capaces de alcanzar la belleza.

Que la belleza poética se imponga sobre la dialéctica literaria de los géneros.

Y el antimanifiesto termina así: la poesía no ha muerto, ¡viva toda la poesía!

Dijo Borges que la mejor obra literaria de los alemanes es la lengua alemana. Me parece acertado, pero vale para todos los países: la primera gran obra literaria de una cultura es la conformación de su lengua. Luego existe la poesía que, una vez que la lengua devino en prosa, se encarga de recuperarle su magia originaria, devolverla, como sea, a su estado adánico.

prosa y poesía


En la prosa puede haber de todo, hasta poesía, en la poesía tiene que haber sólo poesía.

Wislawa Szymborska


Toda palabra es una balsa sobre la que uno puede arrojarse para, de una manera precaria pero eficiente, mantenerse a flote en medio de este mar infinito y tempestuoso que es la realidad que nos rodea. Los poetas, cuando son de los mejores, pueden lograr que esa balsa en la que nos arrojan sea más sólida que el mar.