domingo

Carta a un viejo poeta


Buenos Aires, 3 de agosto del 2011.

Estimado Rainar M. Rilke:

A usted, que es poeta, y de los muy buenos, no le asombrarán los pormenores de esta carta, me refiero a que haya sido redactada pasado un siglo de la emisión de la suya, a que sea yo un desconocido que le responde en español, y a que usted haya muerto hace más de ochenta años en la ciudad suiza de Montreux.

Desde luego que le agradezco sus aciertos, sobre todo aquello de que un poeta debe adentrarse en sí mismo y no necesitar que le den consejos. Sin embargo, vea como somos que, inmediatamente después de dar ese buen consejo de no seguir consejos, lo cual resulta ya un tanto contradictorio, caemos en el colmo de no poder evitar el seguir con tantos otros consejos, sobre todo con aquellos que demuestran lo conveniente que hubiera sido ser fieles a la convicción de no dar ninguno. Esta carta que le escribo trata sobre uno de esos consejos que quizá hubiera sido mejor no haber dado. En su carta, fechada desde París el 17 de febrero de 1903, usted aconseja al poeta que se aparte de los temas comunes, los universales, que les huya, que escriba sobre los motivos cotidianos del diario devenir. Esta tarde, después de un tiempo, volví a leer su carta teniendo yo tres años más que usted cuando escribió aquello, seis libros menos, ninguno publicado, y más de diez años de desobediencia apasionada de su consejo. Su consejo, sin duda útil para muchos, muy honesto para todos, siempre me ha planteado la siguiente pregunta: ¿existe alguna diferencia sustancial entre los cotidianos temas de nuestro diario devenir de individuos y aquellos que son los universales de la humanidad? ¿Es posible, escribamos sobre lo que escribamos, no hablar de aquellos temas comunes? Aunque ya no puede responderme formalmente, usted sabe que no hace falta una respuesta.

Una de las causas por las que usted desaconseja escribir sobre los temas comunes, aquellos que se encuentran con facilidad, muy bien tratados en todas las tradiciones, es el hecho de que son los más difíciles. Estoy de acuerdo en que pueden ser los más difíciles, pero no en aconsejar a un joven poeta que, por ese motivo, le conviene apartarse de ellos. El consejo de evitar lo difícil yo lo apruebo, en poesía, cuando se trata de ir más lejos: evitar lo difícil para empeñarse en lo imposible. A la hora de tratar los temas que, inevitablemente, le corresponden, todo poeta tiene desafíos más grandes que el de su propia inmadurez.

En la suerte de todo poeta hay siempre un desafío que, después de haberlo padecido, lo considero ubicado en una frontera difusa entre lo difícil y lo imposible: tener que hablar de lo que se habló siempre como si fuera algo de lo que se habla por primera vez. Este abrazo que se da la eternidad con el instante, lo extraordinario con lo ordinario, lo universal con lo particular, es, a la vez, el que se dan los temas comunes, los tan universales y tratados, con los asuntos cotidianos de nuestro diario devenir. Usted, Rilke, que como buen maestro que es ha escrito poemas muy superiores a sus consejos, ha sido uno de los que estuvo en este trance, y le hizo frente al desafío con gran valor y empeño, con amor y sacrificio, lo cual le ha valido su tan merecido reconocimiento.

Esto es, con respecto al consejo en cuestión, lo que quería responderle. Con respecto a otras de sus recomendaciones, hay algunas que no admiten réplica, tal vez porque no son consejos sino máximas, hechos, reformulaciones prosaicas de la poesía misma y de sus mejores poemas, como aquello de que uno no está destinado a escribir versos si concibe la posibilidad de poder vivir sin hacerlos. Suyo, con afecto y respeto:

Alejandro Marzioni.

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